
Elegimos recordar lo que un día decidimos fijar como recuerdo y ese pequeño acto de rebeldía frente a la realidad, es el que alimenta nuestros sueños.
Recordar y soñar son ejercicios cotidianos de libertad personal , íntima e intransferible.
De una misma realidad compartida, cada uno de nosotros recoge sus propios pedazos de vida, y los fijamos en imágenes que almacenamos y guardamos como se guardaban los jirones de las sábanas viejas para usarlos como trapos con los que enjuagar los cristales o vendar las gasas que taponaban una herida.
Rescatamos esas imágenes con la esperanza de que recreen una y otra vez esa emoción que produjeron. Ese golpe en la boca del estómago o ese goce en algún lugar inconexo entre tu cabeza y tu sexo.
Es la droga más poderosa que existe.
En ocasiones, sólo en contadas ocasiones logramos captar esa imagen y que se fije en un soporte material.
Un fetiche impreso en papel fotográfico.
Y pasa el tiempo y lo empaquetamos en años, en cuadernos, en álbumes.
Y un día te das cuenta de que ya no puedes olvidar lo que a veces olvidaste o creiste dejar atrás, porque forma parte de tu vida y va a quedarse ahí, de algún modo, ni el mejor ni el peor, pero el real , el de los días rescatados del pasado, el de los que queden por inventar. El que quizás fue desde un principio, pero que en aquel presente no supimos interpretar bien, ni valorar.
Decía Oscar Wilde que "La amistad es más trágica que el amor . Dura más".
Estoy en ello, y no sé porque me parece hoy tan fácil , como el aire que sin pensar respiro.